miércoles, 29 de febrero de 2012

UNA NAVIDAD EN LA MONTAÑA



Jamás olvidaré, y jamás negaré mi origen  humilde, siempre me  he enorgullecido de donde vengo, de mis raíces y de los lugares que he hecho míos.
Hoy a mis veinticinco años recuerdo con todo el cariño de mi corazón aquellos años de infancia las temporadas que pase en el pueblo cuna de mi padre, un pueblito encumbrado en lo mas alto de la Sierra Madre del Sur, en  el emblemático estado de Guerrero un pueblito muy apartado, llamado Ahuejutla, del municipio de Alcozauca de Guerrero, aquel pueblito casi en el olvido, del cual que a veces ni Dios se acuerda de él, pero yo lo llevo en mi corazón.
Cuando tenia como nueve o diez años, mi padre me enviaba allá a pasar las vacaciones y aunque no me gustaba del todo, pues yo quería pasar esos días con mis amigos, per hoy sé que esos días me dieron unas de las mejores experiencias en mi vida, una Navidad en las montañas.
Todo empezó como a las 4:30 am, de un día cercano al veinticuatro de Diciembre de Mil Novecientos Noventa y tantos, mi padre me despertó para llevarme a la terminal de autobuses del sur, conocida como la Tapo, y haciendo el sueño de lado, me levante con muchos ánimos de emprender el viaje que terminaría muchas horas después, mi mama ya había preparado mi maleta la noche anterior. Salimos rumbo a la terminal y con el frio invernal en mi rostro, mi corazón se emocionaba por regresar a aquel lugar, llegamos a la taquilla y mi padre compro mi boleto, me despedí de mis padres ya que nos veríamos una semana después y así solito me dirigí hacia aquel recóndito lugar, una travesía memorable para un niño de diez años, pues cabria el merito de que desde ese día viajé solo, pues los tiempos no eran tan violentos como los actuales. Después de siete horas en autobús llegué a un pueblo llamado Tlapa de Comonfort, ahí me estaba esperando mi tío Nacho que era con quien iría hasta Ahuejutla, para tranquilizar a mi madre llame por teléfono para avisar que ya había llegado y que de ahí ya no tendríamos comunicación hasta que nos rencontráramos una semana después, pues allí era el único lugar donde había teléfono en muchos, muchos kilómetros alrededor, y mas aun llame a la casa de un vecino ya que nosotros no teníamos teléfono. Así después de comunicarme con mi madre nos dispusimos con nuestro viaje.
Tomamos un transporte comunitario, muy rural, no era mas que una camioneta de carga pequeña, sin ninguna adaptación para el transporte, así en ese viaje a campo traviesa recorrimos alrededor de cuatro  horas hasta llegar a otro pueblo, ahí pausamos un momento para continuar nuestra trayectoria ya que este tramo debía realizarse a pie, a caballo y los mas pudientes lo realizaban en avioneta por lo escarpado y difícil relieve del terreno, nosotros continuamos a caballo por un lapso aproximado a las dos horas, en esos momentos la majestuosidad de las cumbres de la montaña ese aire que solo el que lo conoce lo sabría interpretar con un hondo suspiro, continuamos la ascendiente, empezamos a vislumbrar esa pequeña franja de civilización , una pequeña y casi imperceptible mancha en el gran cobijo de la sierra, llegamos hasta la casa de unos familiares nuestros y al ir al trote pasando por en medio de las primeras casas llamaba la atención mi presencia, ya que era muy notorio que no pertenecía allí , a pesar de no ser la primera vez que mis pies tocaban esas tierras benditas, unos chiquillos inmediatamente me reconocieron y corrían al lado mio al paso del caballo, llegamos y uno de ellos arriendo el caballo y me apeé (baje del caballo). Mis tíos y primos me saludaron con mucho cariño mientras uno de mis primos le platicaba a una ancianita que era yo, el hijo de Juan Maldonado y que venia de México, (del DF ) pues así le llaman a la capital por esos rumbos, cabe mencionar que le traducía del Castellano al Mixteco ya que esa es su lengua madre y la gran mayoría aun la conserva.
No muy convencido dispuse a cenar, un gran plato de Chilate, (platillo característico  de la región, un caldo rojo con carne de res), unas Memelas (tortillas hechas a mano de gran tamaño) y café de olla. A la hora de dormir me asignaron un catre de palo, con un petate de palma tejida con una gran cobija de lana, el martirio para la cualquier chamaco citadino ya que el catre era demasiado duro la cobija me picaba, y era latente el temor por las arañas y los alacranes, ah y por cierto no había luz eléctrica así que apague mi vela y trate de dormir, aunque incomodo, muy feliz por estar ahí, y así al susurro de los grillos  y el profundo y  doloso aullido de los coyote dormí casi como en casa.
el siguiente día comenzó como debió comenzar, muy temprano a realizar las tareas propias del campo, darle de comer a los animales, ir a buscar leña al monte hasta ya entrado el medio día, una vida dura pero reconfortante, como a las  11 am almorzamos unas “Dobladitas” que son unos tacos, pero la diferencia de estas es que carecen de guisado o carne alguno en su interior, es solo la tortilla remojada en salsa roja y doblada sobre si, pero en verdad me sabían a gloria, después de comer y tomar agua de un “Guaje” que vendría siendo una especie de cantimplora pero es un fruto que se endurece y después le sacan el interior muy parecido a una botella. Mi tío un hombre recio, y demasiado duro no tenia mucha consideración conmigo ya que de eso tratara, de hacerme ver la vida desde el punto de vista duro.
Era innegable el esfuerzo que se realiza para sobrevivir pero la vida en esas es tierras es hermosa, después de como una hora y media bajando la montaña llegamos a casa bajamos la leña ya que se necesitaría mucha para preparar la cena de esa noche. Al pasar por la iglesia note que ya la estaban adornando, el la explanada ya habían colocado el Palo encebado, adornado con muchos listones y varios premios, como sombreros, cobijas, jorongos, y hasta una montura para caballo, premios sumamente valiosos por aquellos rumbos.


Se escucharon los primeros cuetes y la banda de viento comenzaba a tocar, después de el medio día todo era movimiento, la gente preparaba los alimentos, el mole rojo era molido a mano en metate, los hombres mataban a los pollos y guajolotes, otros encargados de organizar la fiesta mataban reces para dar de comer a los músicos y a los visitantes de fuera, que para estar en un lugar tan remoto había mucha gente que llegaba hasta ahí , hubo varias misas, celebrando bodas y bautizos, hasta llegar la noche comenzó el espectáculo, uno de los mas bellos que he vivido, la banda continuo con sones de la sierra, y no podían faltar las mañanitas,  al santo patrono de ese lugar, San Miguel Arcángel, la banda siguió sonando, mas cuetes iluminaron el cielo, había mezcal al por mayor, algunos tiros al cielo y un sinfín de novenarios rezados al nacimiento del niño Jesús, después de arrullar al niño, se celebro la misa de Gallo, a la media noche, cenamos tamales rojos y verdes, pozole, café de olla e incluso probé el mezcal, esa noche fue única ya que a pesar de lo rustica o austera que pareciera la celebración era una dicha estar ahí, aun siento la añoranza de estar ahí y volver a sentirme parte de mi origen, de mis ancestros, ya que ellos fueron de los primeros en colonizar esas remotas tierras, descendientes directos de españoles pero huyeron de los feudos ya que llegaron en calidad de sirvientes, y se refugiaron en estas tierras donde ya había ordenes de frailes católicos y así entre esa gente se arraigaron y mi sangre mestiza me hace sentirme orgulloso y también ser parte de este lugar y  caminar la tierra que piso mi padre y sentir la inmensidad de las cumbres de la Sierra. Hace mas de diez años que no he vuelto, pero espero pronto volver a hacerlo, aunque por fotos he visto que ha cambiado mucho hay cosas que me harán  recordar esos bellos días de mi infancia, y esa parte de mi que quedo atrapada en ese pueblo bello llamado Ahuejutla.
Quizá alguien algún día lea esto y se pregunte el porqué de esta historia, es sencillo.
Bueno debo agradecer a mis padres ya que nunca me hizo falta nada, tuve lo suficiente y hasta el día de hoy no me hace falta nada, pero viví una infancia aunque limitada económicamente, muy desahogada, ya que lo elemental siempre lo tuve, comida en mi mesa, ropa, colegio, quizá no lo que quería, pero si juguetes, amigos que hasta el día de hoy conservo, pero la idea principal era de mi padre, demostrarme que la vida no es fácil y que hay que trabajar muy duro para conseguir las metas, y que a él le toco sufrir mucho para salir de la marginación,  que prefiero llamarla así ya que no podría llamarla pobreza, pues hay gente prospera que es pobre en el interior.
Pero por mi parte obtuve una lección valiosa, y es que se puede ser feliz con muy poco, pero también es triste saber que nuestra naturaleza es muy materialista ya que en la ciudad y en la sierra también enfocamos la felicidad en ocasiones a cosas materiales. Solo espero que estas pobres líneas sean del agrado de  alguien. I. Maldonado

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